–Y
bien ¿cuál es el problema, Watson?
–Yo no dije que tuviera un
problema.
–Por favor, amigo mío, dejemos a un lado las evasivas; lo
conozco demasiado bien. Dígame qué le preocupa.
Así, mientras Holmes
fumaba su pipa favorita, expuse la razón de mi presencia. Le conté que un tío de
mi esposa Mary le había heredado hacía unos seis meses una casa de campo en
Hampstead. Era una quinta un tanto descuidada pero habitable. Su principal
defecto era que se encontraba bastante apartada de la civilización, en medio de
un gran valle. Otro inconveniente era la ausencia casi completa de servidumbre.
Fuera de una cocinera que iba medio día, el único empleado del lugar era
Carruthers, un anciano que había estado al servicio del tío de Mary durante más
de veinte años y cuyos deberes consistían en arreglar el jardín, hacer pequeñas
reparaciones y vigilar la propiedad.
–Pues bien, el jueves pasado Mary y
yo decidimos dejar nuestro hogar en Londres e instalarnos en aquella casa de
campo. Queríamos pasar unos días tranquilos, lejos del bullicio citadino–
Le expliqué.
–Sin embargo, las cosas no salieron como ustedes
esperaban ¿no es así?
–Efectivamente, al poco tiempo comenzaron a ocurrir
algunos hechos que nos llevaron a sospechar que alguien más, aparte de
Carruthers y de nosotros dos, se encontraba en el lugar.
–¿Un
ladrón?
–No precisamente... Me temo que se trata de una presencia
sobrenatural.
–¿No me digas que ahora crees en fantasmas? –me interrumpió
Holmes con una sonrisa irónica.
–Es que no encuentro otra forma de
explicar lo sucedido.
A petición de Holmes, narré los hechos tal como los
recordaba. Él me escuchó en silencio y, de vez en cuando, me interrumpía para
solicitar alguna precisión.
Le informé que poco después de nuestra
llegada estaba yo en el segundo piso mirando a través de la ventana con un
potente catalejo. Observaba a Carruthers, quien cazaba conejos para la cena.
Después de acechar a uno de estos animales durante largo rato, disparó su
escopeta y bajó de inmediato el arma. Había fallado. Sin embargo, alrededor de
un segundo después escuché el sonido de un disparo. No podía ser el arma de
Carruthers, pues éste, como ya dije, había bajado la escopeta.
–¿A qué
distancia se encontraba Carruthers de ti?– preguntó Holmes.
–A unos
quinientos metros, más o menos.
–¿Y escuchaste el disparo de su
escopeta?
–En realidad no. Solamente vi a través del catalejo cuando
apretaba el gatillo. Pero el otro disparo, el que sonó a continuación, ese sí lo
escuché.
Después le conté a Holmes la visión que tuvo Mary. Una mañana
muy temprano ella hacía la limpieza en una de las habitaciones cuando, de
pronto, vio una figura humana de contornos borrosos proyectada en la pared. Lo
más impresionante es que aquella figura se encontraba flotando cabeza abajo. Yo
paseaba en ese momento por el jardín y, al escuchar el grito de Mary, entré a la
casa de inmediato, pero no vi nada. El espectro había
desaparecido.
–¿La habitación
tenía ventanas?, inquirió Holmes. –No, ninguna.
–¿Alguna
abertura?
–Sí, una grieta en el muro. Pero era pequeñísima; apenas un
poco mayor que el diámetro de un lápiz. Ni siquiera un ratón podría haber pasado
por allí.
Finalmente narré la desagradable sorpresa que nos llevamos Mary
y yo al abrir una de las botellas de vino que su tío había guardado en la cava
durante varias décadas. Al parecer alguien se había estado bebiendo aquel
finísimo Beaujolais y lo había sustituido por algo que sabía horrible.
–¿La cava donde estaba el vino era adecuada?— quiso saber mi
amigo.
–Por supuesto, respondí. Era un sitio seco, oscuro y con la
temperatura idónea.
–¿Cómo se encontraban colocadas las
botellas?
–Alineadas en anaqueles, como en los bares.
Holmes
permaneció en silencio durante unos segundos y luego sonrió. Su rostro reflejaba
una expresión divertida.
–Bueno, bueno– dijo en tono irónico. De acuerdo
con tu relato nos enfrentamos a un fantasma que, para no aburrirse, dispara
armas, flota de cabeza en las habitaciones y además le gusta el vino. ¿No es
así?
–Yo sólo te cuento lo que sucedió, repuse ofendido. Y mientras no
encuentre una explicación más razonable para estos extraños sucesos, sospecharé
que se trata de manifestaciones de ultratumba.
–De acuerdo, dijo Holmes,
volviendo a adoptar una actitud seria. Te propongo analizar por separado los
tres sucesos de los que me has hablado. Primero tenemos el caso del disparo. Tú
viste a través de un catalejo a Carruthers disparar su rifle, pero no escuchaste
la detonación sino hasta un instante más tarde. Ello te llevó a suponer que
alguien había disparado otra arma inmediatamente después. Pues bien, querido
amigo, lo que tenemos aquí es un problema científico, el cual se relaciona con
una rama de la física denominada acústica. Recuerda que el sonido viaja a
distintas velocidades dependiendo del medio en el cual se propague (líquido,
sólido o gaseoso). En el aire su velocidad es de 331 metros por segundo. Tú te
encontrabas más o menos a medio kilómetro de allí, lo cual significa que el
sonido producido por la escopeta de Carruthers tardó en llegar a tus oídos un
poco más de un segundo. Por eso creíste que se trataba de otra arma la que había
sido disparada. Es un caso similar al del rayo y el trueno. Ambos fenómenos
ocurren al mismo tiempo, sin embargo, dado que la luz viaja más rápidamente que
el sonido, primero vemos el rayo y poco después escuchamos el
trueno.
–Pero ¿qué me dices del fantasma que flotaba cabeza abajo y que
desapareció en una habitación sin ventanas?
Las herramientas de Sherlock
Holmes
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Sir Arthur Conan Doyle, creador
de Sherlock Holmes, no ignoraba el valor que tenía la ciencia dentro del trabajo
detectivesco. Por ello dotó a su personaje de una insaciable curiosidad
científica y de conocimientos en diversas áreas del saber humano. De hecho, en
el pequeño estudio de Baker Street donde Holmes habitaba había numerosos
instrumentos de laboratorio, como matraces, tubos de ensayo, mecheros Bunsen,
frascos con sustancias y un microscopio. Estas herramientas le resultaron de
gran utilidad en su lucha contra el crimen y, de manera particular, para
enfrentar a su archienemigo, el doctor Moriarty.
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–Para explicarlo
tenemos que pasar a otra rama de la física: la óptica. Se trata del fenómeno
denominado cámara oscura. Es muy sencillo: si en el muro de un recinto vacío
haces un pequeño agujero, la luz que entre desde el exterior proyectará en el
extremo opuesto la imagen de los objetos exteriores, los cuales aparecerán
cabeza abajo, igual que tu fantasma. Éste es un efecto conocido desde hace
muchos siglos. Lo usaban los pintores para dibujar paisajes y es el principio
básico de las actuales cámaras fotográficas. Seguramente la habitación donde
Mary vio al fantasma es una especie de cámara oscura natural. Cuando el Sol
alumbra por la mañana la luz entra por la pequeña grieta de la que me hablaste y
proyecta una imagen sobre la pared opuesta.
–Pero, entonces ¿quién era el
fantasma?
–Tú dijiste que paseabas por el jardín. Quizá te encontrabas
exactamente junto a la pared donde estaba la grieta y en ese momento alumbró el
Sol.
–¿Quieres decir que el fantasma era yo?
–Muy
probablemente.
Las explicaciones de Holmes me hicieron sentir
avergonzado. Hubiera preferido callar; sin embargo, deseaba llegar hasta el
fondo del asunto y me atreví a preguntarle cómo explicaba lo del
vino.
–Para entenderlo debemos dejar la física y pasar a la química. No
sé si sepas que en la mayoría de las bodegas en las cuales se guarda vino
durante mucho tiempo las botellas se colocan acostadas. De esta forma el corcho
siempre está en contacto con el líquido y así conserva su flexibilidad y no se
encoge. En cambio, cuando se guarda mucho tiempo una botella en posición
vertical, el corcho no está en contacto con el vino y, con el tiempo, se reseca
y contrae. Al hacerse más pequeño, el corcho ya no ajusta bien en la boca de la
botella y permite la entrada del aire al interior. Entonces ocurre un fenómeno
conocido como oxidación, el cual consiste en la alteración de los componentes
del vino al contacto con el oxígeno. El resultado es una bebida demasiado
fermentada, con un sabor pasado y ácido.
–Como el vinagre—
interrumpí.
–Exacto— dijo Holmes.
Después de darle las gracias a
Sherlock me despedí de él. Me sentía aliviado pero, al mismo tiempo, un poco
ridículo. Dos fenómenos físicos y uno químico nos habían llevado a mi esposa y a
mí a creer en la existencia de espectros. Cuando se lo conté a Mary ambos nos
reímos de nuestra ingenuidad y comenzamos a interesarnos más en esas ciencias ya
que, con el perdón de Holmes, en lo que se refiere a la medicina yo soy una
autoridad.
Luis Bernardo
Pérez
es periodista y escritor. Ha publicado varios artículos de divulgación
científica y es autor del libro de cuentos Fin de fiesta.
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ACTIVIDAD: POSTERIOR A LA LECTURA REALIZA LA REDACCIÓN EN UN CUADRO DE DOBLE ENTRADA DEL SUCESO O PROBLEMA A RESOLVER, Y LA EXPLICACIÓN QUE DA SHERLOCK HOLMES BASADO EN EVIDENCIA CIENTÍFICA.
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