miércoles, 12 de septiembre de 2012

LA LECTURA DE LA SEMANA


¿Le importa a alguien la divulgación científica?

Raquel Bello-Morales

“¿A qué  se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? […] La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados.” Cosmos, Carl Sagan.


Preguntar si le importa a alguien la divulgación científica es lo mismo que preguntar si le importa a alguien la ciencia. La ciencia es un producto social, como todo lo humano. Quien inventó el astrolabio, quien descubrió la fisión nuclear, el primero que teorizó sobre el átomo, quien descubrió la circulación de la sangre, o el primero en sospechar que la Tierra era redonda… todos ellos y ellas recibieron y dieron sus conocimientos de y a la sociedad. Si se hubieran criado solos en la selva, no habrían recibido nada de la sociedad y no habrían devuelto nada tampoco. La ciencia no es de nadie, es colectiva, fruto de siglos de pequeñas aportaciones unas veces aparentemente vanas y otras más decisivas. Estas aportaciones van encadenadas, y cada una de ellas se basa en las anteriores. Por eso, la cuestión de si hay que divulgar la ciencia carece de sentido, porque no se trata de que los científicos den, sino de que devuelvan.  

Hay un hecho histórico que fue relatado maravillosamente por el astrónomo y magnífico divulgador científico Carl Sagan: la quema de la Biblioteca de Alejandría y el asesinato de Hipatía. Me voy a permitir incluir este esclarecedor fragmento de su obra Cosmos donde lo relata: 

«Sólo en un punto de la historia pasada hubo la promesa de una civilización científica brillante. Era beneficiaria del despertar jónico, y tenía su ciudadela en la Biblioteca de Alejandría, donde hace 2.000 años las mejores mentes de la antigüedad establecieron las bases del estudio sistemático de la matemática, la física, la biología, la astronomía, la literatura, la geografía y la medicina. Todavía estamos construyendo sobre estas bases. La Biblioteca fue construida y sostenida por los Tolomeos, los reyes griegos que heredaron la porción egipcia del imperio de Alejandro Magno. Desde la época de su creación en el siglo tercero a. de C. hasta su destrucción siete siglos más tarde, fue el cerebro y el corazón del mundo antiguo […] Es evidente que allí estaban las semillas del mundo moderno. ¿Qué impidió que arraigaran y florecieran? ¿A qué se debe que Occidente se adormeciera durante mil años de tinieblas hasta que Colón y Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron la obra hecha en Alejandría? No puedo daros una respuesta sencilla. Pero lo que sí sé es que no hay noticia en toda la historia de la Biblioteca de que alguno de los ilustres científicos y estudiosos llegara nunca a desafiar seriamente los supuestos políticos, económicos y religiosos de su sociedad. Se puso en duda la permanencia de las estrellas, no la justicia de la esclavitud. La ciencia y la cultura en general estaban reservadas para unos cuantos privilegiados. La vasta población de la ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos que tenían lugar dentro de la Biblioteca. Los nuevos descubrimientos no fueron explicados ni popularizados. La investigación les benefició poco. Los descubrimientos en mecánica y en la tecnología del vapor se aplicaron principalmente a perfeccionar las armas, a estimular la superstición, a divertir a los reyes. Los científicos nunca captaron el potencial de las máquinas para liberar a la gente. Los grandes logros intelectuales de la antigüedad tuvieron pocas aplicaciones prácticas inmediatas. La ciencia no fascinó nunca la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la entrega más abyecta al misticismo. Cuando al final de todo, la chusma se presentó para quemar la Biblioteca no había nadie capaz de detenerla».Carl Sagan, Cosmos.

La auténtica democracia implica que la ciudadanía participe de verdad en los avances sociales. Los ciudadanos debemos estar formados e informados, debemos estar preparados intelectualmente para recibir con capacidad crítica lo que nuestros representantes nos dicen. Y conseguir esa preparación intelectual requiere tener una concepción del mundo, una cosmovisión: cómo funciona la naturaleza, la sociedad, el ser humano... Ahí es donde tiene su papel el divulgador científico. Nuestro país en este sentido ha sido, desgraciadamente, bastante miope. No en vano hemos sufrido 40 años de exterminio del pensamiento y la cultura. Lo de «¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!» no fue sólo la ocurrencia de un chiflado, fue una manera de pensar que nos ha dejado sus pozos y nos ha pasado factura. Pero incluso después de un devastador incendio y bajo las más negras cenizas puede surgir de nuevo la vida. Por fortuna, ahora podemos disfrutar en nuestro país de divulgadores extraordinarios. Pero si su labor no cala en la sociedad  ¿Para qué sirve? ......... (CONTINUARÁ)

No hay comentarios:

Publicar un comentario